Es de conocimiento común que Puerto Rico lleva sufriendo una crisis política, económica y cultural. Las personas ofrecen distintas explicaciones. Algunos dicen que el problema es religioso o espiritual, mientras que otros hablan de la falta de valores. Varios afirman que el problema es el estatus territorial. Otros opinan que el sistema económico está mal organizado.
Entendemos que no están necesariamente incorrectas estas opiniones en cuanto al origen de la crisis, pero hay un factor que está ligado a los problemas aludidos y que raramente es abordado en los análisis: el hecho de que el paradigma dominante en la política puertorriqueña es de tipo liberal. Es necesario, pues, comprender qué es el liberalismo y su relación con la crisis actual.
¿Qué es el liberalismo? ¿Es problemático en sí mismo? ¿Por qué ha creado una crisis en Puerto Rico? Respondiendo a estas preguntas, esperamos exponer en este ensayo cómo el liberalismo es contrario al carácter nacional puertorriqueño.
El liberalismo,de acuerdo a una de las acepciones que aparece en el diccionario virtual de la Real Academia Española, puede definirse como una “doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos.” Existen otras maneras de definir el liberalismo, pero para analizar su impacto político esta definición basta para los efectos de este ensayo.
La doctrina política liberal, según anteriormente definida, no parece tan mala inicialmente. Todos los hombres y mujeres son seres libres y por tanto es necesario defender la libertad de las fuerzas que la amenazan, ya sean otras personas o estados tiránicos. La ideología liberal posee, pues, algún fundamento creíble.
¿Por qué el liberalismo es entonces criticado cada vez más si aparenta ser tan bueno? El problema podría residir, al menos en parte, en dos motivos: el hecho de que no todos interpretan o definen la libertad de la misma manera y que muchos confunden la libertad con el libertinaje o abuso de la libertad. Estando ausentes principios o creencias superiores que definan la libertad y sus límites, la lucha política por la libertad defendida por los liberales llevará inevitablemente a la división de las sociedades humanas. El liberalismo podría considerarse malo analizado desde esta perspectiva.
No sólo el liberalismo puede considerarse malo, sino que es incluso contrario a los valores espirituales de la nación puertorriqueña y no existiría en Puerto Rico de no haber sido por influencias e injustas imposiciones extranjeras.
Puerto Rico es un país hispano, pues fue conquistado y poblado por españoles que se mezclaron con los pueblos originarios de la isla y con los esclavos importados del continente africano. Los puertorriqueños adoptaron características y costumbres de todos los grupos étnicos presentes en la Isla pero siempre el elemento cultural hispano fue el predominante y sin el mismo jamás podría haber existido Puerto Rico propiamente. Como país hispano gobernado por la Monarquía Española durante casi 400 años, la religión católica fue establecida por ser la misma practicada por el pueblo español y su monarquía. Es posible que la influencia del clero católico en Puerto Rico no haya sido tan fuerte en comparación con otros países hispanos, como destacan algunos estudiosos, pero el catolicismo no dejaba por ello de ser la base religiosa para la espiritualidad de la gente ni de impactar su estilo de vida y costumbres. La simbología de nuestro escudo (cuyo cordero representa a Cristo), la devoción a la
Virgen María y a los santos (que inspiró los nombres de muchos de nuestros municipios), el domingo como día de descanso y la celebración de festividades como la Pascua, la Navidad y el Día de Reyes son ejemplos claros del carácter católico de Puerto Rico que todavía pueden apreciarse hoy.
Es el carácter católico de nuestra nación lo que hace que el liberalismo sea incompatible con la cultura puertorriqueña. Son incompatibles porque el liberalismo se desarrolló en oposición al catolicismo.
La espiritualidad y la religiosidad son parte de la naturaleza humana y por esta razón las sociedades humanas durante siglos organizaron sus estructuras políticas de tal modo que reflejaban las creencias religiosas dominantes. Nuestra Madre Patria España, siendo producto de la cristiandad europea, intentó organizar su sistema político de acuerdo a las exigencias de la religión católica. Nada podía ser más lógico: si las personas que componen un país tienen una religión determinada, se espera que su gobierno y su cultura reflejen los valores de dicha religión.
Dicha ordenación social centrada en la religión es contraria a los principios de la ideología liberal, pues en su exaltación exagerada de la libertad humana el liberalismo rechaza políticas gubernamentales basadas en principios religiosos por considerarlas una imposición a los que no comparten dichos principios. No debe sorprender entonces que las ideas liberales comenzaron a aparecer en la historia luego de más de cien años de guerras religiosas provocadas por la llegada de las creencias protestantes, que rompieron la unidad religiosa católica que se desarrolló en Europa durante mil quinientos años.
España luchó por evitar la propagación de las doctrinas protestantes en sus territorios y logró preservar en ellos la fe católica, pero otros países como Inglaterra se separaron exitosamente de la tutela espiritual de la Iglesia Católica y se volvieron terreno fértil para que germinara la ideología liberal.
La decisión del rey Enrique VIII en el siglo XVI de declararse la autoridad suprema de la iglesia en Inglaterra (iniciando así la religión anglicana) y de perseguir a la Iglesia Católica desencadenó una serie de conflictos civiles y sangrientos.
Facciones protestantes rivales surgieron paulatinamente y a mediados del siglo XVII los protestantes ingleses se enfrentaron durante la Guerra Civil Inglesa, siendo victoriosas aquellas facciones puritanas más hostiles al catolicismo o todo vestigio del mismo dentro de la religión anglicana. La diversidad de creencias protestantes y el temor a una restauración del poder católico (tras el fin de la dictadura puritana y la restauración monárquica) acabó haciendo de Inglaterra la sede del liberalismo: ante la Revolución Gloriosa de 1688, que destronó al monarca Jacobo II (un católico), los ingleses protestantes prohibieron que cualquier católico pudiese ocupar el trono y redactaron una Carta de Derechos.
El catolicismo no fue tolerado por el nuevo gobierno y la Carta de Derechos fue hecha para servir los intereses de los protestantes ingleses y preservar su dominio. Dicha Carta de Derechos es valorada en la historiografía liberal y estadounidense, ya que garantiza derechos promovidos por los liberales y que luego fueron reflejados en la propia Carta de Derechos de la Constitución Estadounidense. El liberalismo se desarrolló concretamente en oposición al catolicismo, como bien demuestra la historia de su surgimiento en Inglaterra.
Los descendientes de los protestantes ingleses, muchos de ellos puritanos, que se establecieron en Norteamérica, compartían el anti-catolicismo de sus hermanos anglosajones del otro lado del Atlántico. Su espíritu protestante parece haber motivado en parte su revolución independentista: algunos de los colonos estaban molestos por la aprobación parlamentaria de un acta de tolerancia religiosa para los católicos de Quebec, territorio recién conquistado de Francia. Su lucha, irónicamente apoyada por las potencias católicas Francia y España, culminó en el establecimiento de lo que fue la primera nación liberal, que se negó a establecer una religión oficial ante la diversidad religiosa protestante y las ideas ilustradas de la época que favorecieron un gobierno secular. El anti-catolicismo de la nueva nación no culminó, a pesar de que toleraba legalmente el catolicismo y de la presencia de católicos patriotas: durante su primer siglo de existencia existieron organizaciones como el Know Nothing Party y el American Protective Association dedicadas a impedir la inmigración de grupos étnicos católicos que pudieran acabar con las leyes liberales de los Estados Unidos. Estos obstáculos no impidieron que los católicos fueran eventualmente aceptados y que en el siglo XX aumentase por un tiempo su influencia política, pero incluso hoy día permanece el temor a la influencia católica entre distintos sectores de la sociedad estadounidense, tanto del llamado sector “fundamentalista” evangélico o pentecostal de “derecha” y del sector de la llamada “izquierda progresista”. Las teorías de conspiración sobre la supuesta complicidad del Vaticano en un plan para socavar la soberanía estadounidense e imponer un gobierno mundial único y la oposición al nombramiento de jueces católicos que están contra el aborto son evidencia de los vestigios del anti-catolicismo existente desde los inicios de la nación estadounidense.
El carácter anti-católico del liberalismo y la influencia del anti-catolicismo en los orígenes de los Estados Unidos deberían ser conocidos por los católicos bien informados. Sorprende, sin embargo, ver que muchos estadistas o estadolibristas puertorriqueños y católicos no se den cuenta, especialmente cuando critican las leyes abortistas y homosexualistas opuestas por el catolicismo e impuestas desde los Estados Unidos y que son solo posibles en un sistema liberal. Parece que estos puertorriqueños católicos no saben lo que es el liberalismo ni tampoco caen en cuenta de que la propia naturaleza del liberalismo lleva a la eliminación de todo vestigio de influencia religiosa en los gobiernos. Son así incapaces de comprender que las leyes liberales e inmorales que ellos protestan están presentes en Puerto Rico como consecuencia a largo plazo de la invasión estadounidense de 1898 que impuso el sistema liberal con mayor agresividad. La promoción del homosexualismo y del aborto a través de las leyes civiles son el ejemplo más obvio de la perniciosa influencia del liberalismo en Puerto Rico, pero no se limita a estos aspectos.
El problema de la deuda en Puerto Rico, por ejemplo, es producto del capitalismo o la aplicación de las doctrinas liberales a la economía: una gran cantidad del dinero de dicha “deuda” son realmente intereses, o sea, dinero que nunca se tomó prestado sino que es cobrado al emitir un préstamo.
El préstamo a interés, considerado una injusticia y un robo por los pensadores antiguos y medievales, fue mal visto por siglos pero se ha vuelto la norma en los países tras el triunfo de las revoluciones liberales que impusieron el capitalismo. Los estados modernos capitalistas toleran el préstamo a interés porque según el liberalismo económico se supone que el gobierno intervenga lo menos posible en el funcionamiento de la economía y de los negocios, aun cuando dicha intervención sirva para proteger a los más vulnerables. Dichos préstamos usureros benefician al prestamista a costa del que tomó prestado, pues se le paga más de lo que originalmente prestó y gana más dinero. El que tomó prestado va a tener que pagar de más, incluso si esto implica que acabe teniendo menos dinero para cubrir sus necesidades básicas. Algo similar se ve en los países extremadamente endeudados que tienen que pagar altos intereses: incluso cuando pierden la capacidad de seguir pagando la deuda, los organismos internacionales financieros liberales le imponen a las naciones el pago de la deuda por encima de pagar por satisfacer las necesidades de su gente.
La incapacidad de Puerto Rico para pagar la deuda provocó que se le impusiese desde Washington una Junta de Control Fiscal para garantizar el pago a los acreedores y eventualmente permitir que Puerto Rico vuelva a seguir tomando prestado como antes. La JCF promovió así un proyecto de ley, aprobado por la legislatura colonial, que supuestamente reduciría la deuda (nunca debidamente auditada) para facilitar su pago, pero que permitía nuevamente que Puerto Rico tomase prestado y continuara endeudándose. Los expertos y críticos afirman que como quiera Puerto Rico no podrá pagar la deuda sin dejar de invertir en los servicios para el pueblo y otros proyectos de desarrollo. El supuesto Plan de Ajuste de Deuda aprobado parece condenar al país a un futuro de pobreza facilitada por las políticas económicas liberales que disminuirán la capacidad del gobierno para dirigir la economía en favor del bien común de la patria. El problema de la usura es solo uno de los males del capitalismo. Otros males causados por el liberalismo económico son: los salarios de hambre para los trabajadores y falta de leyes que provean para la seguridad en el área de trabajo o que protejan el medio ambiente. Los liberales clásicos suelen tolerar estos males porque creen que resolverlos implicaría acción del gobierno para intervenir en los negocios (encareciendo su costo) y limitaría la “libertad individual” de los empresarios.
Otro signo del carácter anti-puertorriqueño del liberalismo es cómo los principios e ideas de la democracia moderna, la vertiente política del liberalismo, han sido utilizados históricamente para impedir la soberanía de nuestra patria.
Los Estados Unidos difícilmente habrían logrado establecer su gobierno en Puerto Rico sin el consentimiento explícito o tácito de la élite política puertorriqueña que, ante la incapacidad de resistir militarmente la invasión y la cesión de Puerto Rico con el ilegal Tratado de París, aceptaron con entusiasmo vergonzoso el dominio estadounidense. ¿Por qué la élite puertorriqueña, que a inicios de la Guerra de 1898 se mostró tan leal a la Madre Patria España con sus palabras, pareció aceptar de buena gana el régimen estadounidense? Parece que la élite puertorriqueña vio como buena la cesión de la patria a los Estados Unidos porque estaba compuesta de liberales que, consistentes con los principios de esa ideología anti-puertorriqueña, no vieron mal alguno en que Puerto Rico quedase subordinado a los EE.UU. Reconociendo que Estados Unidos era el país liberal por excelencia, vieron en la cesión una oportunidad para salvaguardar el proyecto liberal que tanto lucharon por imponer en Puerto Rico durante las últimas décadas del siglo XIX. Estas élites acabaron favoreciendo la incorporación de Puerto Rico como estado de la unión estadounidense y fue sólo varias décadas tras la invasión, cuando se percataron del daño hecho por los Estados Unidos a Puerto Rico, que comenzaron a inclinarse a favor de la independencia.
La ideología liberal estadounidense favorecida por la élite acabó siendo difundida a las masas a través de una educación pública extranjerizante que promovía la asimilación de Puerto Rico en vez de inculcar valor por lo auténticamente puertorriqueño. Esta mal llamada educación ha hecho que los puertorriqueños internalicen los valores liberales estadounidenses y que los vean como propios. Consecuencia de esto es que nuestra Madre Patria España, histórica defensora de la Iglesia Católica en la que cree nuestro pueblo, es vista como “tiránica”, “atrasada” y “oscurantista” mientras que Estados Unidos, producto del protestantismo y del liberalismo opuestos al catolicismo, es visto como signo de “derecho”, de “libertad” y de “progreso”.
Los líderes estadistas del Partido Nuevo Progresista, consistentes con una cosmovisión de tipo liberal y reconociendo los beneficios materiales brindados por la mal llamada ayuda económica de los EE.UU., promueven en nombre de la “democracia” liberal la sentencia de muerte para la nación puertorriqueña que sería la estadidad. Reclaman que en nombre de la “mayoría” de los ciudadanos estadounidenses puertorriqueños EE.UU. debe admitir a Puerto Rico como estado para concederle así la “igualdad” con el resto de los ciudadanos estadounidenses anglosajones. Es por este motivo que promueven plebiscitos con el motivo explícito de votar a favor de la estadidad federada, siendo los más recientes el del 2017 y el del 2020, en el cual poco más de la mitad de los participantes (que eran en realidad casi la mitad de todos los votantes elegibles) votaron por la anexión.
La victoria estadista en el último plebiscito parecerá desmoralizante para los independentistas que dieron todo por la verdadera libertad de la patria. Ninguno quiere ver cómo, en nombre de la “libertad” y de la “democracia”, es entregada la patria al matadero, llevando el proceso de colonización estadounidense comenzado en 1898 a su culminación lógica. La situación deprimente de la nación recuerda la letra de una canción anti-republicana española (“Cosas de la democracia”) que, adaptada a la realidad puertorriqueña diría así: “cosas de la democracia… Puerto Rico se está muriendo”.
Los puertorriqueñistas y nacionalistas que amamos nuestra identidad puertorriqueña y no deseamos ver a nuestra patria absorbida por otra distinta a la nuestra debemos entonces combatir al liberalismo “en todo terreno”, como diría el Maestro Albizu Campos, si queremos acabar con el motor ideológico que sustenta la estadidad. No pretendemos negar el derecho a la libre determinación de los pueblos, que pueden elegir unirse a otros si así lo eligen con plena libertad, en concordancia con la ley moral natural y reconocido por el derecho internacional vigente, pero impugnamos los procesos “democráticos” promovidos por el PNP para adelantar la estadidad. Consideramos que, dada las circunstancias históricas de Puerto Rico y los 100 años de extranjerización liberal y persecución al independentismo, una votación a favor de la estadidad por una “mayoría” que es en verdad de casi 25% de los votantes elegibles no puede ser una decisión realmente libre. Creemos que si los puertorriqueños comprendieran verdaderamente la incompatibilidad de la nación liberal estadounidense con su nación puertorriqueña comenzarán a rechazar tajantemente la estadidad y exigirán valientemente la independencia que nos fue usurpada desde 1898.
No basta con lograr nuestra soberanía para resolver nuestros asuntos, aunque ayudaría. Es necesario, para cumplir nuestra misión histórica, que nuestra nación base el nuevo orden auténtico sobre fundamentos opuestos a las ideas divisorias del liberalismo. Siendo las creencias religiosas el mejor fundamento para resistir la influencia desintegrante y libertina del liberalismo y siendo la religión cristiana y católica la religión de la nación puertorriqueña, sería ideal que cualquier ordenamiento político, económico y cultural de la patria liberada sea consistente con esta religión que muchos puertorriqueños aceptan como verdadera. Podría motivar temores entre los no creyentes, pero incluso ellos mismos podrían aceptar algunos aspectos de este orden por considerarlos razonables y necesarios.
Es necesario tener un ordenamiento político que reconozca y respete, en la teoría y la práctica, la dignidad de la persona y provea las condiciones para su bienestar material y espiritual. Dicho orden debe respetar la vida humana en todas sus etapas hasta donde sea posible no solo creando leyes para disuadir a los que la amenazan, sino también asegurando que cada cual pueda vivir dignamente para que la muerte por falta de recursos materiales no se vea como una opción. Se respetará y fortalecerá entonces la institución natural de la familia, la primera comunidad a la cual pertenece cada hombre. Los miembros de la misma se ayudarán entre sí. Otros estados intermedios como las cooperativas, sindicatos o sociedades de ayuda mutua podrán ser reconocidos por el estado y promover así la solidaridad entre sus miembros y ser de servicio a las personas.
El gobierno establecerá leyes para promover el pago de salarios justos, evitar los abusos laborales, reglamentar razonablemente el uso de los recursos naturales y proteger otros intereses comunes, además de intervenir en beneficio de las personas si las familias o los estados intermedios son incapaces de resolver sus asuntos por sí solos. La propiedad privada será promovida y respetada como necesaria para que todos tengan incentivo para trabajar y medios para vivir, pero estará sujeta a límites y otras regulaciones según lo exija el bien común. No se tolerará la práctica de la usura o cobro ilegítimo de intereses sobre préstamos, conforme a las enseñanzas católicas (para una clarificación sobre la enseñanza de la Iglesia respecto a la usura y la dificultad de su aplicación hoy día, se recomienda la lectura de la encíclica Vix Pervenit escrita por el papa Benedicto XIV en 1745), liberando a las personas de trabajar como esclavos para pagar más de lo que tomaron prestado. Se promoverá una sana cultura que aliente la virtud y desaliente los vicios. Nuestra identidad puertorriqueña será valorada y defendida en su justa medida, en el espíritu de amor a la patria reconocido dentro del catolicismo.
Actualmente el liberalismo es un obstáculo para la construcción de la patria que queremos. Merecemos un país mejor sin las divisiones, iniquidades e injusticias promovidas por el liberalismo. Es necesario entonces crear conciencia sobre los efectos nocivos del liberalismo en nuestra patria y, sobre todo, su carácter totalmente extraño a ella. Redescubrir nuestra tradición católica, crucial para la creación de nuestra nación y que inspiró la lucha por el legítimo reclamo de su independencia, contribuiría en esta empresa urgente.
-Antonio Campos Bascarán
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