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Foto del escritorAntonio Campos Bascarán

Apología por la Hispanidad: reconquistando las bases del nacionalismo puertorriqueño

La derrota de Pedro Albizu Campos y el Partido Nacionalista de Puerto Rico significó la decadencia del movimiento independentista puertorriqueño, que ante la persecusión y el progreso material alcanzado bajo el gobierno colonial de Luis Muñoz Marín y del Partido Popular Democrático acabó reduciéndose hasta convertise en una minoría.

El independentismo se ha intensificado durante las últimas décadas gracias al interés de los jóvenes, pues poseen mayor conciencia histórica y un gran sentido de insatisfacción ante el mal liderato político y la crisis económica.

Los puertorriqueñistas que creemos en la independencia y deseamos preservar el legado albizuista observamos esta realidad con esperanza, pero a la vez con preocupación porque desprovista de fundamentos sólidos será incapaz la independencia de salvaguardar las necesidades espirituales y materiales de nuestra nación. El movimiento independentista se sigue fortaleciendo, pero la mayoría de los jóvenes independentistas de hoy desconocen las bases espirituales y filosóficas del nacionalismo puertorrriqueño.

¿Cuáles son estos fundamentos del nacionalismo puertorriqueño? Las bases del nacionalismo son las ideas que inspiraron la lucha del Maestro Don Pedro Albizu Campos. Pueden ser discernidas a través de un estudio meticuloso de las mismas, pero la mayoría de las personas no las comprenden adecuadamente porque no les han sido bien explicadas ni han sido suficientemente expuestas a ellas, incluso dentro del sector independentista.

Propongo, para organizar mejor este breve análisis de las ideas albizuistas, enfocarnos en torno al concepto de “hispanidad”. ¿Qué es la hispanidad? Puede definirse como la cultura común que comparten la mayoría de los países que fueron una vez gobernados por la Monarquía Católica Española.

España, reunificada bajo el liderato de los Reyes Católicos tras siglos de lucha en resistencia contra el invasor islámico, emprendió lo que quizás fue su hazaña más importante: el Encuentro y la Conquista de América. Este primer imperio mundial fue luego dividido políticamente tras las independencias americanas del siglo XIX, pero a pesar de la división política los valores y vínculos de la hispanidad mantuvieron un sentido de solidaridad entre los nuevos países que les hacía sentir parte de un todo mucho más grande.

Uno de los componentes más importantes de la hispanidad es el idioma común, que facilita la comunicación entre todos los países hispanos y refuerza su sentido de pertenencia. El idioma, aunque une, no es suficiente para comprender todo el valor de la hispanidad.

La historia compartida entre todos los países hispanos refuerza el sentido de unión y es también un componente de la hispanidad. Saberse descendiente de españoles peninsulares que reconquistaron su tierra, se lanzaron a la conquista de territorios nuevos y se mezclaron con sus habitantes indígenas es posible para los hispanoamericanos gracias a la historia compartida entre los pueblos de Hispanoamérica. Es compartida además la experiencia de resistencia ante el imperialismo de los Estados Unidos, histórico enemigo de la hispanidad que ha pretendido dominar nuestras tierras. La mera conciencia de una historia compartida, a pesar de tener tal vez mayor peso para el sentido de unidad que una mera lengua común, tampoco será suficiente si no se comprende el sentido de la misma.

Otro componente, mucho más importante, hace falta y es el de la religión católica, que es capaz de dar sentido a toda la historia de los pueblos hispanos.

España fue la nación que legó a los países hispanoamericanos sus principales elementos culturales comunes, incluyendo la religión católica. Dicha religión era considerada por el historiador español Marcelino Menéndez y Pelayo como parte del “espíritu de pueblo” (volksgeist) de los españoles, de quienes somos hijos los hispanoamericanos. Un volkgeist católico implica que toda la cultura hispana, incluyendo sus aspectos políticos y económicos, debe estar influenciada por la religión del catolicismo.

La misma dio a España su unidad espiritual, fortaleciendo su unidad política, luego de que en el Tercer Concilio de Toledo el rey visigodo Recaredo se convirtiera al catolicismo en el año 589. El espíritu católico estuvo igualmente presente del año 711 a 1492 cada vez que nuestros ancestros cristianos e hispanos enfrentaron a los ejércitos islámicos para reconquistar su tierra. Estuvo en 1492 durante los viajes del Almirante y en la expansión de la fe cristiana en las Américas a lo largo del siglo XVI. Estuvo especialmente presente en la Junta de Valladolid reunida de 1550 a 1551, cuando España se dispuso a discernir, gracias a las reflexiones del padre Francisco de Vitoria, la moralidad y legitimidad de sus nuevas conquistas americanas. El “espíritu nacional” católico tampoco estuvo ausente cuando los carlistas se alzaron en armas para combatir el creciente poder del liberalismo en la España del siglo XIX y cuando un siglo después los patriotas españoles se agruparon en torno al Bando Nacional para combatir la Segunda República que amenazaba con acabar con la influencia de la Iglesia y entregar el país al comunismo marxista.

Es este “espíritu nacional” católico, además de nuestro idioma e historia común, lo que hacía pensar al gran apologista de la hispanidad Ramiro de Maetzu que los países hispanos compartían un destino común, una “unidad de destino en lo universal” en las palabras de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española.

Esta “unidad de destino” no implica una mera unión, sino una unión con propósito, para cumplir una misión histórica superior. Es una misión, que en el caso concreto de España, llevó al pueblo español a “salirse de sí mismo” y volverse un unificador de pueblos a través de la predicación de la fe católica y el mestizaje con los indígenas, engendrando así sus naciones hijas en América que incluyen a nuestra propia nación puertorriqueña.

El Maestro Don Pedro Albizu Campos fue, quizá, el líder político puertorriqueño de su época que mejor comprendió el significado de la hispanidad para Puerto Rico y fue su exponente más importante. Observando cómo su pueblo hispano estaba bajo ataque por el anglosajonismo protestante y liberal, Albizu Campos invocó los ideales de la hispanidad para mostrarle a su nación asediada dónde estaban las cenizas de sus mayores. Les señaló hacia la Madre Patria España y les recordó su influencia civilizadora, porque solo haciéndoles conscientes de la propia grandeza hispana podían ser capaces de resistir la influencia extranjerizante y desmoralizadora de la tiranía del imperio más poderoso en las Américas. “El que desconoce sus orígenes”, enseñaba el Maestro, “no valdrá nunca nada, porque comienza por despreciarse a sí mismo.”

Es tiempo de revitalizar al movimiento independentista en Puerto Rico con los valores del verdadero nacionalismo puertorriqueño. Es necesario que, como decía el Maestro, podamos recoger las cenizas de nuestros mayores y honrar los valores espirituales por los que lucharon. Más de un siglo de ocupación estadounidense y propaganda anglosajonista nos ha debilitado gravemente. Es cierto que bajo el sistema educativo colonial se han hecho avances en la reivindicación de la cultura puertorriqueña y que ya la mala educación anglosajonista es menos fuerte y menos directa que antes, pero por la influencia liberal en el sistema educativo y en la cultura popular se promueve inconscientemente un sentido de inferioridad hispano y puertorriqueño ante los Estados Unidos, país liberal por excelencia.

Reivindicar la hispanidad, entonces, se hace hoy día más necesario que nunca. Al rescatar la hispanidad, recobraremos las bases del nacionalismo puertorriqueño y ya no nos sentiremos inferiores al comprender que pertenecemos realmente a una civilización superior a nosotros mismos.

Escribió una vez el padre Julio Meinvielle, sacerdote católico y pensador neotomista argentino, que era la cristiandad, el orden social cristiano en Europa que preservó el legado grecorromano, la base del nacionalismo argentino. La base del nacionalismo puertorriqueño y la del resto de los países hispanos como Argentina no debe ser muy distinta.

El orden social cristiano inspirado por las enseñanzas de la Iglesia Católica significó en Europa una influencia civilizadora que proveyó para enaltecer la dignidad humana a su justo nivel, suavizando gradualmente las costumbres bárbaras y salvajes de los antiguos que por su ignorancia de la Verdad carecían del debido respeto por la persona. Algunos presentan los mil años de la Era Medieval, época de la cristiandad europea, como una edad oscura donde dicha dignidad no era respetada, pero estas falsas concepciones desvanecen ante el estudio meticuloso de la historia. El sacerdote español Jaime Balmes escribió un largo libro llamado El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización Europea demostrando irrefutablemente la influencia civilizadora del catolicismo ante los ataques de los protestantes y liberales. Aquel libro resultó, casi un siglo después de su redacción (según Juan Antonio Corretjer, amigo íntimo del Maestro citado por el historiador Anthony Stevens-Arroyo), el medio por el cual Albizu Campos regresó a la Iglesia Católica cuando era estudiante en Boston y contribuyó a inspirar su lucha por la independencia de Puerto Rico.

España, nuestra Madre Patria, no podría haber existido sin la cristiandad y sus valores católicos, que legó a sus naciones hijas en América. La conciencia de la hispanidad necesariamente nos forzará como pueblo a encontrar en el catolicismo un medio eficaz para superar el liberalismo que amenaza con la perdición del alma de nuestra nación. Es cierto que la mera noción de la hispanidad, al igual que el catolicismo en general, lleva recibiendo ataques fuertes de sus enemigos, muchos de los cuales se han infiltrado dentro del movimiento independentista puertorriqueño. Aquellos que valoramos la hispanidad y todo lo que representa no podemos rendirnos: en honor a los verdaderos patriotas que con valor y sacrificio entregaron vida y hacienda por la liberación de esta patria y en honor a nuestros antecesores, debemos dar batalla.

Puerto Rico, como notó el Maestro, ha servido como centro de expansión y defensa de la civilización católica en las Américas. Esta podría ser nuestra misión histórica y no la deberíamos rechazar a cambio de aceptar ideas extranjeras que solo nos dividen y nos causan males espirituales y materiales.

Estas ideas ajenas a nuestro verdadero “espíritu nacional” se han impuesto en Puerto Rico, tanto de manera directa como indirecta, por la ocupación estadounidense de nuestra Patria. Unirse permanentemente a los Estados Unidos como estado federado, anticipando un crecimiento a largo plazo de la población hispana, con motivo de convertir a aquella nación norteamericana al catolicismo (como parecen proponer una minoría de católicos estadistas) difícilmente puede ser aceptable para los puertorriqueñistas que valoramos la personalidad e identidad puertorriqueña y deseamos que permanezca distinta a la estadounidense. Todo católico puertorriqueño podría desear la conversión de aquel país, pero, si valora la puertorriqueñidad, afirmará que no debería ocurrir a costa de nuestra personalidad distinta. Los propios católicos estadounidenses pueden ser capaces de convertir a su nación sin necesidad de que corra el riesgo de desaparecer la nuestra.

La propia hispanidad dificulta sentir amor patrio por una nación culturalmente distinta y protestante gobernada por un régimen liberal que ha sido responsable por la subordinación injusta de los pueblos hispanoamericanos. La decadencia y división interna de dicha nación norteamericana dificultaría crear un ambiente idóneo en el que se puedan defender los mejores intereses legítimos de los puertorriqueños, incluyendo la preservación de nuestra heredad cristiana y católica.

Los apologistas de la hispanidad en Puerto Rico proponemos luchar en cambio por los cuatro objetivos del nacionalismo puertorriqueño: la independencia de Puerto Rico, la Confederación Antillana, la unidad hispanoamericana y la hegemonía o liderato de las naciones hispanas en el Nuevo Mundo. No queremos que la lucha de los nacionalistas puertorriqueños y de todos los hispanistas de nuestro continente sea en vano, a pesar de las dificultades para hacer realidad nuestro proyecto.

Entendemos que la revitalización nacional basada en los principios católicos que fundamentan nuestra espiritualidad y la reincorporación de Puerto Rico al resto de Hispanoamérica podría beneficiarnos no solo a nosotros, sino a toda la región y también al mundo. Opinamos que es necesario, en el contexto geopolítico actual, que Puerto Rico juegue un papel de liderato positivo internacional junto a otras naciones libres y cumplir una misión histórica, cosa que no puede hacer bajo la colonia actual y que difícilmente podrá hacer como estado federado de los Estados Unidos. Creemos que la preservación de nuestra personalidad nacional a través de la independencia es necesaria para llevar a cabo esta tarea.

Culminamos nuestra apología afirmando que creemos que el Maestro tenía razón cuando declaró: “Puerto Rico tiene que jugar su papel en la historia y tiene que ser libre para poder mirar de frente hacia la posteridad.”




-Antonio Campos Bascarán


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